Ayer no fue un buen día.
Para evitar detalles que podrían preocupar a mi mamá o a Honey (pero ninguno de los dos leen mi Blog, entonces realmente no importa... pero quien quita que esta vez sí lo lean...), digamos que no me he estado sintiendo del todo bien desde que me operaron, y ayer finalmente fui al médico. Digo finalmente no por culpa mía, sino porque los trámites con un seguro internacional son demorados y más burocráticos que una solicitud de aceptación a una universidad alemana. Por cierto, mi seguro es alemán. Eso explica mucho...
Le conté todos los síntomas a mi doctora y me dijo que ella pensaba que era Unterfunktion der Schilddrüse. Ahí se lo dejo de tarea al interesado. Sin embargo, me advirtió que era sólo un pre-diagnóstico, que ella no podía asegurar nada hasta no ver los exámenes de sangre.
OMG.
Exámenes de sangre.
Ahí mismo, sin siquiera entender qué significaba Unterfunktion der Schilddrüse, me puse pálida y se me aguaron los ojos; este, para quienes no están familiarizados con mi fobia a la sacada de sangre, es mi modus operandus. Generalmente hago sentir tan mal al médico (o a mi mamá) que no me hacen los exámenes de sangre y punto. Me mejoro (o no) y la vida continúa.
Pero estos alemanes no tienen ni la más mínima compasión ante una extranjera con ojitos aguados. Lo mismo pasó en el hospital; esa gente me puyó tantas veces que llegó el momento en que ya ni me importaba.
Bueno, los exámenes de sangre. Sigamos. Por supuesto pregunté si había otra forma de resolver mi situación, si podíamos evitar los exámenes, y por supuesto ella respondió que no. Un no fuerte, serio, inamovible, pero al mismo tiempo cordial, y un poquito empático. Yo ya tenía un Plan B si los ojitos aguados no me funcionaban: le decía que claro que sí, que me hacía los exámenes, y que volvía con los resultados cuando los tuviera. Hice eso mismo en Colombia varias veces--nunca fui al laboratorio a que me sacaran la sangre, nunca volví donde el médico, y punto. Me mejoraba (o no) y la vida continuaba.
Pero estos alemanes las piensan todas. Por eso es que son primer-mundistas. La doctora me pidió que la acompañara al Labor (los gringos porque dicen Lab, y ellos porque dicen Labor. ¿Es que acaso nadie puede decir Laboratorio como nosotros los hispanoparlantes?) para hacerme las pruebas. Ajá--así mismo: el laboratorio queda AHÍ MISMO. No me dio ni tiempo de inventarme una excusa.
Viendo mi cara de terror, la doctora muy gentilmente le pidió a la enfermera que me tomara las muestras acostada. La enfermera, una niña de mi edad, la miró con cara de, Ay, no, no te lo puedo creer que tengamos otra idiota con miedo a las agujas. Y yo que estoy de afán. Uish. Bueno, será. Y yo le vi esa mirada, y vi lo que me dijo con sus incontrovertibles ojos alemanes: Mamita, deja la maricada...
Fuimos a un consultorio vacío, y me acostó en la camilla. Ahí no aguanté más y estallé en llanto. Ese Plan C me había funcionado una vez en el pasado, pero algo me decía que no, esta vez no me iba a funcionar. Ese "algo" tenía razón.
Pero algo pasó con la enfermera. Algo dentro de ella se ablandó, y me empezó a conversar, tranquila, con voz suave, para calmarme. Hablamos de Alemania, de Colombia, del clima, de la nieve, de mi experiencia en la clínica, de Honey (siempre hablo de Honey)... y antes de darme cuenta, ya estaba acostada, con la cosa esa de caucho que ponen en el brazo para que la vena se muestre más, y con ella aplicándome alcoholcito en el brazo para limpiarme el sitio de muestreo.
Es que nada más de acordarme y escribir esto me aterro de nuevo.
Me siguió hablando, me tranquilizó. Bueno, no, no me tranquilizó, yo estaba temblando--pero es que también hacía mucho frío. Me dijo algo en alemán que no entendí, entonces volví la mirada hacia ella (ah, sí, todo el tiempo estuve con los ojitos tapados) y me mostró--me estaba pidiendo que hiciera un puño. Dale. Lo hice. Me siguió hablando, me preguntó por mi familia, por Barranquilla, ¿cómo se dice? Barranquilla y--CHAN. O CHAZ. O, no sé, no sé qué ruido hace una aguja cuando perfora una vena, pero bueno, hizo ese ruido y ya estaba la sangre en el primer tubito... yo grité, of course, eso es lo que yo hago, lo melodramática e hiperbolista que soy... ella me calmó, me preguntó por mis planes en Alemania, me preguntó por mis estudios, me preguntó por qué podía hablar alemán tan bien... y ya--ya. Se acabó. Terminó. Me felicitó por haber sido tan valiente, y me invitó a quedarme un rato ahí acostada.
Se fue.
Quedé sola. Por primera vez desde que estoy en Alemania, me sentí total y absolutamente sola. Sola. Yo. Sola. Y, ¿qué hice? Lo que toda persona hace cuando se encuentra sola en el mundo por un instante: Lloré. Pero esta vez sí lloré a moco tendido, como dicen en Bogotá. Estallé en llanto, y lloré todo lo que no había llorado en meses... Y no lograba calmarme. No lo lograba. No lo lograba porque era un llanto de desespero, de incomprensión, de miedo. No era un llanto de tristeza, ese llanto cesa. No era un llanto de soledad, ese llanto se acaba. Era un llanto de incertidumbre, de no saber qué rayos estaba pasando. Más aún, era un llanto de inquietud, ¿por qué me está pasando esto, sea lo que sea?
Me toca ser fuerte. A todos nos toca ser fuertes. Cuando la mamá llama, y uno está lejos, y la mamá pregunta, ¿Cómo estás?, uno no puede decir la verdad, uy, mami, me siento horrible. A uno (a una) le toca decir que súper, que una delicia, que genial, que lo mejor. A veces es cierto. A veces se siente uno de lo mejor. Pero a veces no. Y son bobadas. Maricadas. Pendejadas. Insignificancias que no merecen la pena preocupar a la mamá. Entonces uno dice que, como El Pibe, todo bien, todo bien.
Me toca igual con Honey, porque el bobito ese se preocupa demasiado, y esa preocupación la somatiza en dolores corporales que no lo dejan ni dormir ni trabajar bien. Entonces, si realmente estoy bien, ¿por qué lo voy a preocupar con bobadas? No vale la pena...estoy bien, Honey.
Pero cuando la enfermera entró, una extraña que no conocía y que quizás nunca conocería en medios sociales, una persona cuyo trabajo es ayudar a otros, me sentí con la total libertad de sentirme precisamente como me sentía en ese momento: desconsolada.
Ella, alemana que es, ha podido pedirme que desocupara el consultorio, o que me calmara y que siguiera mi camino. Pero antes que nada ella es ser humano, y vio a otro ser humano desconsolado, e hizo lo que "todo el mundo" (al menos nosotros los occidentales) hace.
Me dio un abrazo.
Un abrazo de verdad. Un abrazo con sentimiento, con cariño, con ganas. Me preguntó qué me acosaba, y le solté todo. Quién hubiera creído que yo hablaba tanto alemán...
Le dije, le dije que tenía miedo de mi condición, que no entendía por qué tenía que enfermarme lejos de mi casa, y para colmo enfermarme tanto, que no me sentía bien, que no me quería ir, que no quería estar más enferma, que no quería ser defectuosa...
Ella me escuchó, y luego me invitó a pensar en todas las cosas que sí sé y que sí tengo--psicología barata, pero funciona.
No voy a mentir, y no voy a ser fuerte. No en este post. No me sentía bien. No sé qué tengo (mañana debo llamar a ver los resultados qué dicen...). Seguí llorando luego de salir del consultorio. Dicté mi clase con ojitos aguados (dije que era una extraña alergia al frío; no creo que me haya creído). Dormí toda la tarde.
Pero ya me siento mejor. Porque aunque en ese momento el reconfortante silencio anónimo de un extraño forastero era exactamente lo que necesitaba, acurrucarme en los brazos de Honey y poder hablar con mi Hermana esa tarde hizo que toda mi vida recobrara el sentido.
A veces son las maricadas las que hacen que uno (o una) se deje de sentir mal por maricadas...
Para evitar detalles que podrían preocupar a mi mamá o a Honey (pero ninguno de los dos leen mi Blog, entonces realmente no importa... pero quien quita que esta vez sí lo lean...), digamos que no me he estado sintiendo del todo bien desde que me operaron, y ayer finalmente fui al médico. Digo finalmente no por culpa mía, sino porque los trámites con un seguro internacional son demorados y más burocráticos que una solicitud de aceptación a una universidad alemana. Por cierto, mi seguro es alemán. Eso explica mucho...
Le conté todos los síntomas a mi doctora y me dijo que ella pensaba que era Unterfunktion der Schilddrüse. Ahí se lo dejo de tarea al interesado. Sin embargo, me advirtió que era sólo un pre-diagnóstico, que ella no podía asegurar nada hasta no ver los exámenes de sangre.
OMG.
Exámenes de sangre.
Ahí mismo, sin siquiera entender qué significaba Unterfunktion der Schilddrüse, me puse pálida y se me aguaron los ojos; este, para quienes no están familiarizados con mi fobia a la sacada de sangre, es mi modus operandus. Generalmente hago sentir tan mal al médico (o a mi mamá) que no me hacen los exámenes de sangre y punto. Me mejoro (o no) y la vida continúa.
Pero estos alemanes no tienen ni la más mínima compasión ante una extranjera con ojitos aguados. Lo mismo pasó en el hospital; esa gente me puyó tantas veces que llegó el momento en que ya ni me importaba.
Bueno, los exámenes de sangre. Sigamos. Por supuesto pregunté si había otra forma de resolver mi situación, si podíamos evitar los exámenes, y por supuesto ella respondió que no. Un no fuerte, serio, inamovible, pero al mismo tiempo cordial, y un poquito empático. Yo ya tenía un Plan B si los ojitos aguados no me funcionaban: le decía que claro que sí, que me hacía los exámenes, y que volvía con los resultados cuando los tuviera. Hice eso mismo en Colombia varias veces--nunca fui al laboratorio a que me sacaran la sangre, nunca volví donde el médico, y punto. Me mejoraba (o no) y la vida continuaba.
Pero estos alemanes las piensan todas. Por eso es que son primer-mundistas. La doctora me pidió que la acompañara al Labor (los gringos porque dicen Lab, y ellos porque dicen Labor. ¿Es que acaso nadie puede decir Laboratorio como nosotros los hispanoparlantes?) para hacerme las pruebas. Ajá--así mismo: el laboratorio queda AHÍ MISMO. No me dio ni tiempo de inventarme una excusa.
Viendo mi cara de terror, la doctora muy gentilmente le pidió a la enfermera que me tomara las muestras acostada. La enfermera, una niña de mi edad, la miró con cara de, Ay, no, no te lo puedo creer que tengamos otra idiota con miedo a las agujas. Y yo que estoy de afán. Uish. Bueno, será. Y yo le vi esa mirada, y vi lo que me dijo con sus incontrovertibles ojos alemanes: Mamita, deja la maricada...
Fuimos a un consultorio vacío, y me acostó en la camilla. Ahí no aguanté más y estallé en llanto. Ese Plan C me había funcionado una vez en el pasado, pero algo me decía que no, esta vez no me iba a funcionar. Ese "algo" tenía razón.
Pero algo pasó con la enfermera. Algo dentro de ella se ablandó, y me empezó a conversar, tranquila, con voz suave, para calmarme. Hablamos de Alemania, de Colombia, del clima, de la nieve, de mi experiencia en la clínica, de Honey (siempre hablo de Honey)... y antes de darme cuenta, ya estaba acostada, con la cosa esa de caucho que ponen en el brazo para que la vena se muestre más, y con ella aplicándome alcoholcito en el brazo para limpiarme el sitio de muestreo.
Es que nada más de acordarme y escribir esto me aterro de nuevo.
Me siguió hablando, me tranquilizó. Bueno, no, no me tranquilizó, yo estaba temblando--pero es que también hacía mucho frío. Me dijo algo en alemán que no entendí, entonces volví la mirada hacia ella (ah, sí, todo el tiempo estuve con los ojitos tapados) y me mostró--me estaba pidiendo que hiciera un puño. Dale. Lo hice. Me siguió hablando, me preguntó por mi familia, por Barranquilla, ¿cómo se dice? Barranquilla y--CHAN. O CHAZ. O, no sé, no sé qué ruido hace una aguja cuando perfora una vena, pero bueno, hizo ese ruido y ya estaba la sangre en el primer tubito... yo grité, of course, eso es lo que yo hago, lo melodramática e hiperbolista que soy... ella me calmó, me preguntó por mis planes en Alemania, me preguntó por mis estudios, me preguntó por qué podía hablar alemán tan bien... y ya--ya. Se acabó. Terminó. Me felicitó por haber sido tan valiente, y me invitó a quedarme un rato ahí acostada.
Se fue.
Quedé sola. Por primera vez desde que estoy en Alemania, me sentí total y absolutamente sola. Sola. Yo. Sola. Y, ¿qué hice? Lo que toda persona hace cuando se encuentra sola en el mundo por un instante: Lloré. Pero esta vez sí lloré a moco tendido, como dicen en Bogotá. Estallé en llanto, y lloré todo lo que no había llorado en meses... Y no lograba calmarme. No lo lograba. No lo lograba porque era un llanto de desespero, de incomprensión, de miedo. No era un llanto de tristeza, ese llanto cesa. No era un llanto de soledad, ese llanto se acaba. Era un llanto de incertidumbre, de no saber qué rayos estaba pasando. Más aún, era un llanto de inquietud, ¿por qué me está pasando esto, sea lo que sea?
Me toca ser fuerte. A todos nos toca ser fuertes. Cuando la mamá llama, y uno está lejos, y la mamá pregunta, ¿Cómo estás?, uno no puede decir la verdad, uy, mami, me siento horrible. A uno (a una) le toca decir que súper, que una delicia, que genial, que lo mejor. A veces es cierto. A veces se siente uno de lo mejor. Pero a veces no. Y son bobadas. Maricadas. Pendejadas. Insignificancias que no merecen la pena preocupar a la mamá. Entonces uno dice que, como El Pibe, todo bien, todo bien.
Me toca igual con Honey, porque el bobito ese se preocupa demasiado, y esa preocupación la somatiza en dolores corporales que no lo dejan ni dormir ni trabajar bien. Entonces, si realmente estoy bien, ¿por qué lo voy a preocupar con bobadas? No vale la pena...estoy bien, Honey.
Pero cuando la enfermera entró, una extraña que no conocía y que quizás nunca conocería en medios sociales, una persona cuyo trabajo es ayudar a otros, me sentí con la total libertad de sentirme precisamente como me sentía en ese momento: desconsolada.
Ella, alemana que es, ha podido pedirme que desocupara el consultorio, o que me calmara y que siguiera mi camino. Pero antes que nada ella es ser humano, y vio a otro ser humano desconsolado, e hizo lo que "todo el mundo" (al menos nosotros los occidentales) hace.
Me dio un abrazo.
Un abrazo de verdad. Un abrazo con sentimiento, con cariño, con ganas. Me preguntó qué me acosaba, y le solté todo. Quién hubiera creído que yo hablaba tanto alemán...
Le dije, le dije que tenía miedo de mi condición, que no entendía por qué tenía que enfermarme lejos de mi casa, y para colmo enfermarme tanto, que no me sentía bien, que no me quería ir, que no quería estar más enferma, que no quería ser defectuosa...
Ella me escuchó, y luego me invitó a pensar en todas las cosas que sí sé y que sí tengo--psicología barata, pero funciona.
No voy a mentir, y no voy a ser fuerte. No en este post. No me sentía bien. No sé qué tengo (mañana debo llamar a ver los resultados qué dicen...). Seguí llorando luego de salir del consultorio. Dicté mi clase con ojitos aguados (dije que era una extraña alergia al frío; no creo que me haya creído). Dormí toda la tarde.
Pero ya me siento mejor. Porque aunque en ese momento el reconfortante silencio anónimo de un extraño forastero era exactamente lo que necesitaba, acurrucarme en los brazos de Honey y poder hablar con mi Hermana esa tarde hizo que toda mi vida recobrara el sentido.
A veces son las maricadas las que hacen que uno (o una) se deje de sentir mal por maricadas...
Nat, pobrecita!!! Esperemos que los exámenes no digan nada malo y lo que sea que te dijeron en ese idioma extraño para mí no sea tan grave como se lee. Un abrazo a la distancia, un poquito de calor y brisas decembrinas y mucho mucho amor para ti!!! Que te mejores!!
ReplyDeleteCome home anytime... aqui no hay soledad... y si la hay, es "otra" soledad. Love you a lot, Mom con ojitos aguados
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